sábado, 16 de abril de 2016

Manual de Autoyuda para defender la ficción. Realidad y verosimilitud. Homenajes y plagios. Episodio VII: El Despertar de la Fuerza

La inexplicable buena acogida a la todavía reciente entrega de Star Wars y su inmediato lanzamiento en cine doméstico me han llevado a adelantar el asunto que hoy me ocupa y a cambiar mi intención original, que era escribir un poco sobre las chicas Bond (sé que más de uno ya lo estará lamentando). Se trata de aclarar una dicotomía de lo más sencilla -o eso creo yo- que viene dando mucha guerra en cualquier debate amateur sobre ficción desde tiempos inmemoriales y cuya aclaración podría también aportar algo de luz a estas páginas.

¿Quién no se ha encontrado en una cena de amigos, un café, un Starbucks, frente al listillo de turno, conectadísimo con todo, o el adolescente que todo lo sabe y, que en agitada conversación, además de poner en duda tus aficiones más sagradas, te trata con desdén condescendiente, como si sus asuntos tuvieran una relevancia mundial y tú aún no hubieras salido del cascarón? En este caso concreto, tratas de razonar sobre una película o un libro, cuyos deliberados errores te han molestado por su torpeza o por su mínimo esfuerzo y respeto para quienes pagamos por disfrutar de la magia que, presuntamente, prometen tales obras y, en cuanto empiezas a ponerte vehemente, el tipo de marras te desarma con el irritante y errado axioma: "es solo cine, tío; es literatura". O aún peor, "es ciencia ficción, es fantasía, claro que no es creíble, no te lo tomes tan a pecho ".


R2, ¿tú no volabas?
Hoy voy a emprenderla con lo último de Star Wars porque creo que se lo merece de sobra y es un buen modelo y cifra que viene a sumarse a todo este asunto, además de alimentar a gran escala esa falta de exigencia que lamentablemente cada vez se extiende más entre el espectador y el lector actual. Y por que a pesar del fraude que constituye, su siguiente entrega congregará el mismo número de espectadores o más aún; estoy seguro que para Disney va a ser como pescar en un barril. Pero bueno, da igual si eres fan o no de la saga, solo voy usarla como instrumento para evidenciar ciertos aspectos relacionados con el tema a tratar.

Para abrir boca, empezaré con un par de preguntas al azar (y que conste que podría hacer cientos de ellas): ¿cómo puede ser que R2D2 nunca se propulse en el aire en los episodios IV, V y VI si le he hemos visto volar como un cohete en las precuelas? De hecho, mientras Jabba the Hutt está a punto de arrojar a nuestros héroes al estómago del Gran Sarlacc, cuya digestión -no lo olvidemos- dura más de mil años; además de no ayudar, vemos caer como una piedra al cabezudo robot desde la cubierta de la barcaza y quedar semienterrado, junto a C3-PO, en las arenas del desierto. ¿O cómo puede afirmar Ben Kenobi en el Episodio IV que no recuerda tener un androide cuando ha compartido con ellos tres precuelas enteras? Alguien bienintencionado diría: "¡Alzheimer!". El conectadísimo de la cena te miraría fijamente tras sus gafas con montura de colores y te respondería: "Es solo cine, tío, ciencia ficción. Qué más da. No te ralles". Si alguna vez te has sentido así de desvalido (y probablemente indignado) y sabías que tu interlocutor no tenía razón pero no sabías por qué, sigue leyendo, te voy a aportar algunos argumentos para que puedas combatir al tipo de las gafas. Aparte, también debo advertirte que las precuelas tienen más peligro que Biff Tannen con el almanaque deportivo.

Lo primero a señalar es que la ficción es una forma de ordenar la Realidad, tan buena y necesaria como cualquier otra. ¿Te interesaría ver una película acerca de las horas que pasas mirando la pared o comiendo en un fast food? No, a menos que tu pared fuera un portal a otro universo, como el de Los Héroes del Tiempo (Time Bandits, 1981), o que un grupo de atracadores entrase de repente en la hamburguesería con armas automáticas. La vida corriente, la de diario, no es más que una película aburrida y mala, y bastante caótica, por cierto. ¿Por qué nos contamos anécdotas cerca del fuego desde la prehistoria? ¿Qué es una anécdota? Pues no es más que uno de los pedazos de nuestra vida en los que la cosa se ha puesto algo más interesante y tiene cierta disposición narrativa. Algo que le puede interesar a los demás. Una obra de ficción elimina lo aburrido y trata de crear cierto ritmo y orden, graduando en intensidad y seleccionando lo más interesante.

No hemos inventado nada
Para justificar esta división de conceptos podría citarte a Aristóteles, que ya se dio cuenta de todo este asunto en el siglo IV a.c y lo registró en su célebre Poética, cuyo segundo libro, por cierto, era el que buscaba Guillermo de Baskerville en El Nombre de la Rosa. Este completísimo tratado sobre el arte de narrar historias sentó unas bases que hoy en día, veinticinco siglos después, se siguen respetando en cualquier guión o cualquier obra teatral. ¿Por qué? Porque funcionan. Pero, como podría parecer que citar a un grande como Aristóteles es una forma de escurrir el bulto y escudarme tras un hermano mayor, vamos a comparar las dos historias que expongo a continuación y que me sirven de ejemplo. La primera, muy simplona y algo apresurada: "un tipo pierde las llaves del coche justo antes de ir a buscar a su novia, su móvil está sin batería y baja al bar que hay bajo su casa esperando que el camarero, al que más o menos conoce, le deje cargar el teléfono mientras se toma una caña. Allí se encuentra con una vieja amiga del instituto. Mientras el móvil cobra vida, ambos hablan de lo divino y lo humano; él le dice que ha encontrado hace dos años a la mujer de su vida y que es feliz. Ella se alegra por la noticia y le bendice con un beso final en la mejilla; le ha encantado verle después de tanto tiempo y, cuando ambos salen del bar, una amiga de la novia del desafortunado muchacho pasa justo por la puerta del local, graba un video con su smartphone a hurtadillas y se sonríe torvamente. En menos de un minuto, como cualquiera puede suponer, su novia tiene toda la información gráfica en su propio móvil. El tipo, en el exacto punto cronológico en el que  debería estar recogiendo a su novia, aparece en un video con la marca de un pintalabios en la mejilla izquierda y saliendo de un bar acompañado de una chica desconocida".

La segunda historia: "Un bebé alienígena es enviado a la Tierra justo antes de que su planeta sea destruido. Mientras que en Krypton (dicho planeta) el tipo habría sido un ciudadano más, en la Tierra adquirirá poderes sobrehumanos: puede volar, tiene rayos X, fuerza ilimitada y algunos puntos débiles: la kryptonita y el plomo; a través del cual no puede ver".

¿Cuál de las dos historias funciona mejor? Te voy a dar una pista: al tipo de la primera su novia lo dejó a la mañana siguiente, no se creyó nada; mientras que Superman sigue siendo un icono cultural después de casi un siglo. ¿Por qué? A ver, cuántas veces te han ocurrido cosas de esas que, al ir a contarlas, te salen con un: "buf, no te lo vas a creer". Bueno, pues verás, esas cosas no funcionan en ficción, a menos que estén muy, pero que muy justificadas. Y en la vida de pareja, tampoco mucho, la verdad.

Nuevas historias, mismas reglas
Cuando creas un mundo imaginario estás jugando a ser Dios, diseñas las reglas de ese microcosmos, o como quieras llamarlo, que te bulle en la cabeza. Se supone que Dios (llámalo también como quieras: natura, destino, azar, biología) nos hizo de una manera y, salvo evoluciones justificadas, no hay mucho más que eso con lo que jugar. Si existe un juego es bajo sus reglas. Mi cuerpo, entre otras cosas, no puede volar o respirar bajo el agua de forma autónoma. Cuando juegas a ser Dios creando historias y personajes, tienes que ser como Dios; es a lo que nuestra mente y nuestra razón nos tiene acostumbrados: sistemas consecuentes, organización, causas y efectos. La experiencia que se busca con la ficción se llama suspensión de la incredulidad por algo. Para que tu ficción funcione debes engañar a tu condición humana de forma creíble. Si creas unas reglas, debes seguirlas y someterte a su trayectoria a rajatabla salvo modificaciones coherentes e introducidas orgánicamente en el juego narrativo. Si no, ¡lo siento!, haber creado otras, tenías toda la libertad y el tiempo del mundo. Pero una vez establecidas esas reglas en tu ficción, no hay vuelta atrás. Superman, lo conocemos de sobra, puede hacer todas esas cosas que he dicho, pero, que yo sepa, no puede transformarse en un gnomo ambisexual que puede predecir el futuro o conectar con los dragones chinos a través de sus cutículas. ¿O sí? No sé, no lo he leído todo. Soy bastante clásico.

Volviendo a la chica de la primera historia. ¿Por qué dejó al pobre tipo? No porque la historia que él le contó no fuera real, que lo era. Sino porque no era verosímil. A veces más te vale contar una mentira plausible que una verdad increíble. 

Ya sé que para muchos de los más jóvenes, los más expuestos a este síndrome endémico provocado por la superficialidad y la falta de conocimientos, amparados por la condescendiente cultura del todo vale y de que todo el mundo vale para todo, esto de las reglas les suena un poco a sometimiento, a ser encorsetados por algo externo y muy limitador. El arte no tiene límites, es pura inspiración. ¡Filfa! Parafraseando a Picasso, la inspiración debe pillarte trabajando y para ello debes conocer bien los recursos y las herramientas. Así como un mecánico precisa de un gran conocimiento del automóvil, el avión o el portaaviones de turno, y ser un experto en el uso de todas las herramientas de las que dispone; o un cirujano estudia y perfecciona durante años su sabiduría sobre el cuerpo humano y maneja a la perfección el instrumental quirúrgico, o un experto en microbiología trata de sintetizar nuevas vacunas que salven o aniquilen a la humanidad, ¿quién podría dar un nuevo paso en cualquier campo artístico sin un conocimiento extraordinario de esas disciplinas y herramientas? ¿Fotógrafos, escritores, pintores? ¿Alguien duda todavía que para romper con las reglas y los caminos establecidos, hay que conocerlos primero de forma exhaustiva? ¿O de que para llegar a la ruptura del Cubismo, Picasso tuvo que haber dominado antes todas las técnicas anteriores? En caso contrario, ¿cómo vas a saber qué y qué no hay que romper y hacia dónde dirigirse luego?

Pero esto no nos ha sacado aún del problema: "La mecánica y la cirugía son inestimables aportaciones al mundo; no tienen nada que ver con lo que tú defiendes; nada más que libros y películas: mera ficción", insiste el intenso de las gafas de montura azul. Ya sabéis lo osada y pertinaz que es la ignorancia.

Bien, ¿alguna vez habéis estado en la casa de vuestra tía abuela y ella os ha relatado una anécdota del pasado que no coincide absolutamente en nada con lo que vosotros atesoráis de ese recuerdo? Hay una cita que reza: "La vida no es como es, sino como se recuerda" ¿Y qué es la memoria sino la ficcionalización consentida por uno mismo de los recuerdos y amparada por las personas que los compartieron? No, tranquilos, no os asustéis, vuestra vida es real (eso creía también Neo en Matrix), pero nadie posee un registro fidedigno de ella, sino condicionado por el tiempo y refrendado por los recuerdos de los demás. Por ello hay que reconocer que todos tenemos algo de personajes de ficción (como los de ficción tienen algo de personajes reales), algo de lo que se han aprovechado autores como Unamuno o Ionesco, para fundamentar sus juegos y alegorías. Asunto que también ha fundamentado el argumento de un sinnúmero de novelas, obras de teatro y películas de ciencia ficción, todas muy verosímiles, por cierto.

Bien, pues ante la frase recurrente de: "es solo ficción", podríamos responderle al conectadísimo chico de las gafas azules que justifique las diferencias entre los detalles de sus recuerdos y las discrepancias que otros familiares contemporáneos tienen de ellos. Porque con esas pintas, bien podría ser él mismo un personaje que me he inventado yo líneas más arriba, y probablemente lo sea. Y sobre lo de la verosimilitud, en fin, ya lo expliqué antes: ¿a quién vais a creer? ¿A Superman o al otro tipo? 

Sé que esto de los propulsores no puede durar

Si uno ve a su madre flotar tres centímetros sobre el suelo mientras trata de calentar un café en el microondas se quedaría de piedra, ¿no? ¡Claro!, que sepamos, las madres no vuelan. Si Supermán pudiera convertirse en un gnomo de jardín y se pusiera a beber un batido de kryptonita tras otro, ¿qué pensarías? Que te están estafando. O, dejemos las extravagancias y regresemos a Star Wars. ¿Y si después de que Luke Skywalker ha empleado tres películas en dominar el arte y la destreza de los Jedis (y eso que la Fuerza estaba presente en su interior, no lo olvidemos, y muy intensa; muy, muy intensa); resulta que llega un soldado de asalto novato, cobarde y renegado (Finn, ese inefable personaje) y es capaz de enfrentarse a un caballero oscuro la primera vez que agarra un sable láser? O la ridiculez sonrojante de que Han Solo, después de toda una vida peleando junto a Chewbacca, acuse por primera vez sorprendídísimo la increíble potencia de tiro de la ballesta del Wookie? Bueno, hay gente a la que estos detalles no le chocan nada. Yo los percibí como si, de repente, el abuelo de mi mejor amigo hubiera bailado en liguero una lambada ante nosotros, con un frutero en la cabeza, mientras tomábamos infusión de hibisco. "No te ralles, tío, es ficción. ¿Qué más da? No seas hater", supongo que argumentaría el genio de las gafas azules introduciendo una etiqueta en inglés, de esas que dan prestancia siempre a cualquier afirmación. Pues bien, la ficción necesita la ya citada suspensión de la incredulidad. Cada vez que uno se salta la congruencia narrativa, vuelve la incredulidad y se desvanece la magia; como sucede cuando al mago le ves la carta asomando por la manga y descubres el doble fondo de la caja de las espadas. A uno lo envían de un empujón de vuelta al mundo real y el espectáculo no vale un ardite (una mierda, en roman paladino).

¿Pero y, si además, la tercera entrega de El Padrino o de Regreso al Futuro hubieran sido como la primera entrega, casi idéntica, salvando algunos detalles? 

La diferencia entre homenaje y plagio es bastante más sencilla de explicar. Cuando un guionista, director o responsable de un filme emplean algún detalle no estructural o relevante en una película para crear un lazo referencial con otras historias, ampliando así su significado, se trata de un homenaje. En literatura se le llama, de forma más pedante, intertextualidad. Ejemplos que se me ocurren así, a bote pronto: Richard Hatch, el antiguo Apollo de Galáctica de 1978, encarnó en la nueva serie de TV de 2004 a Tom Zarek. En Indiana Jones y la Calavera de Cristal, se vislumbraba dentro de un cajón El Arca de la Alianza; así como antes apareció en un grabado de uno de los muros de las catacumbas venecianas de Indiana Jones y la Última Cruzada. Que Sheldon Cooper, uno de los protagonistas de The Big Bang Theory huya de un cine con el metraje de la película original de En busca del Arca Perdida, perseguido por una horda de neoyorquinos salvajizados, a semejanza de lo que le ocurre al héroe con los hovitos en la citada entrega, también lo es. El homenaje siempre es referencial y aporta a la historia un chiste, un vínculo, un asociación emocional. El plagio es otra cosa muy distinta.


Episodio IV (bis)
Centrémonos entonces en el plagio. Para muestra, un botón. Una vez más, volvamos a Star Wars, en concreto al argumento de Episodio VII: El Despertar de la fuerza: Rey, una chatarrera (Luke Skywalker en la original), que agoniza vitalmente en el planeta desértico Jakku (clavado a Tatooine en la original) y que sueña con el espacio y sabe que su familia la abandonó y que podría encontrarlo en algún punto de la galaxia (como Luke de nuevo, que vive con sus tíos sin recuerdos de las Guerras Clon) se topa con el androide BB8, que salvaguarda unos planos importantísimos acerca de una Estrella de Combate (calcado a RD-D2 el asunto, sin ningún empacho ni verguenza). Al principio, un comerciante de androides se lo quiere arrebatar (los Jawas en la original), pero ella se resiste y lo conserva. Luego da con el Halcón Milenario y huye de Jakku (en la otra primero llegan a la cantina, en ésta la abordan después, -¡oh! innovación-). Más tarde, cuando por fin alcanzan una cantina calcada, pero en cutre y sin alma, a la del Episodio IV, se topan con Maz Kanata, un personaje realmente antipático con un aspecto, modos y usos que recuerdan explícitamente al maestro Yoda, pero, eso sí, con un bronceado post Florida y cumpliendo con la cuota femenina; y que posee el sable láser de Luke (sí, me sé la excusa y el inicio original pero, por favor, los defensores a ultranza, releed arriba lo que ya expuse sobre la inverosimilitud) La cosa es que a la chica la secuestran y se la llevan a la Estación Espacial (como a Leia), donde los héroes tienen que ir a rescatarla mientras los cazas rebeldes hallan de nuevo un punto débil, gracias a los planos del robot, y la destruyen sin inconvenientes. No sin que antes suceda la determinante muerte de un héroe (Han Solo/Ben Kenobi) a manos de un adolescente desequilibrado (Anakin Episodio II) que obedece las órdenes de un superior malvado que, por ahora, solo aparece en imagen holográfica (exactamente igual que el Emperador Palpatine).

Bueno, qué mejor ejemplo de plagio que éste. Aquí no hay guiños referenciales. Han vuelto a escribir prácticamente la misma trama y han hecho el mínimo esfuerzo y corrido el mínimo riesgo. Se han limitado a cambiar algunos detalles para que parezca nueva. Muy pocos detalles, de hecho, y bastante nimios e irrelevantes. Y aún así, todo iremos a verla. ¿En pos de qué? De una sensación nostálgica los más mayores; de un reclamo casi larvario los más jóvenes.

¿Los mismos que defienden esta gigantesca estafa, verían con agrado que la próxima entrega televisiva de Juego de Tronos, la sexta, fuera calcada a la segunda? ¿Hubieran soportado que el libro El Retorno del Rey fuera exactamente igual a La Comunidad del Anillo? No lo creo. Salvo el que no haya leído este artículo y siga llevando gafas de colores.

La próxima vez que os enfrentéis al tipo intenso y de opinión prematura, decidle que él no es más que una invención mía, que él tampoco es más que ficción. Seguro que lo descolocáis.



Al otro lado, todo es igual de creíble







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